jueves, 29 de noviembre de 2012

¿Que hay más horrible que ver como tu mente se consume con el tiempo? Lo más horrible es no darse cuenta de ello.

Desde el momento en el que nací alguien empezó a perseguirme, a observarme. Sin juzgarme, solo contemplándome. Una figura con muchas caras y nombres, que yo la representare como la Muerte, ataviada con traje, corbata y fría mirada gris.

Veía a la segadora en cada esquina, en cada paso de peatones, en cada acción que podría repercutir de manera que ella y yo nos viésemos cara a cara.
No tenia miedo, pues realmente no era consciente de su presencia. Hasta que comencé a pensar.
Todo comenzó hace ya varios años, mientras jugaba al ajedrez y mi reina le hacia jake al rey matando a una torre. Mi cabeza, cual locomotora a vapor, empezó a funcionar a una velocidad de vértigo y de manera exponencial.
Desde entonces antes de dar un paso, antes de comenzar una conversación, antes incluso de levantarme de la cama, ya tenia los siguientes cinco o seis movimientos planeados.


Siempre he querido tener el control de cuanto me rodea, sin darme cuenta desperdiciaba mi carrera contra aquella figura de traje y corbata pensando en poner el siguiente pie, en lugar de admirar el paisaje.
Eso afecto a mi vida, a mis relaciones sociales, a mi día a día  Obsesionado con el control perdí a personas que me querían, perdí oportunidades únicas y  acabe sumido en un torbellino de movimientos repetitivos, es decir, una vida monótona y gris.
Plenamente por mi culpa, cuando quise darme cuenta de mis errores, ya estaba solo, y sin posibilidad de retorno, con una fría sombra acercándose cada vez más a mi. Seguía sin tener miedo, seguía pensando en mi siguiente movimiento, en lugar de mirar atrás y ver que mi fin cada vez estaba más cerca.


Cuando llegue al final del tablero, me di cuenta de que no podía avanzar más, entonces, aun siendo tarde, mire al pasado.
Perdí amores, perdí amistades, perdí tantas cosas... Solo por esa absurda manía de querer tener el control sobre algo tan efímero como lo es la vida.
Y ahora, al ocaso de mi existencia, solo puedo hacer algo y es dejar tranquilamente que la Muerte pose con seguridad y firmeza su fría mano sobre mi hombro.
Mire a su rostro y solo vi decepción, por desperdiciar un regalo que durante tantos años ella me había dado sin juzgarme.