viernes, 25 de marzo de 2016

Terror

Debe ser horrible despertarse con el estruendo del estallido de una bomba en el parque donde solías jugar de pequeño. Ese momento de pánico donde todos gritan y huyen sin saber a donde ir, paralizado por el terror de una ideología que no compartes.
Debe ser horrible ver como amigos y familiares dejan de moverse, cubiertos de sangre, polvo y fuego. La adrenalina bombeando tu corazón a una velocidad que no creías poder sentir. El inmenso ruido del silencio en tus oídos, un zumbido que no te deja pensar con claridad y deambulas entre escombros buscando una seguridad que no encuentras, buscando un refugio.
Debe ser horrible sufrir un atentado... ¿verdad?

¿Eres capaz de imaginarlo? Puedes preguntarle a una de esas personas que lo han sufrido en Bruselas o París, te contaran una historia que no quieres oír, te podrás sentir cerca de aquel terror pero nunca sabrás lo que sintieron esas personas un día de sus vidas que les marcará para siempre.

Si... podrías preguntarle a ellos. O podrías preguntarle a alguno de esos refugiados a los que les niegas el paso. A una de esas personas que han vivido ese terror día tras día y tratan de escapar de aquel infierno.
Pregúntales a aquellos que sacaron fuerzas para huir de la parálisis, el miedo e hicieron uso de su adrenalina para buscar un lugar seguro, lejos de los escombros de aquel parque donde un día de pequeños solían jugar.
Podrías preguntarle a esas personas que huyen de la guerra.

Pero, ¿para qué, verdad? Esta tan lejos de nosotros, no es como París o Bruselas, no importan tanto ¿no? No saques pancartas para defender a aquellas personas que buscan refugio lejos de sus hogares por puro terror. No te esfuerces en ayudar al necesitado. Tienes el cielo ganado por gritar bien fuerte con tus #PrayForParis o #PrayForBruselas en las redes sociales. Tienes el cielo ganado con la bandera de dichos países en tu fotos principal de Facebook. No te preocupes, estas salvado.

No como aquellos que buscan refugio y que quieres devolver al infierno.

martes, 22 de marzo de 2016

Oda a su cuerpo

En la lujuria de un beso robado, sentados en un banco de un parque abandonado, alumbrados por la tenue luz de una farola que parpadeaba, me enamoré.
Me enamoré en un segundo para el resto de mi vida, escuché mi corazón latir de nuevo y a un ritmo distinto y cambiante, como sincronizándose con el suyo.

Me resbalé por su mejilla y colgándome de la comisura de sus labios quise dormir para siempre acunado en su sonrisa. Me asusta cada tic-tac del minutero, que me resta segundos a su lado.
Caricias interrumpidas, besos a medias, palabras entrecortadas... todo completado con su mirada.
Una mirada vacía en unos ojos llenos de sentimientos.
Le arranque las alas a cada hada que revoloteaba por su jardín, esnifé el polvo para volar hasta su ventana y me quede agarrado con una mano del piercing de su labio.

Recorrí cada uno de sus lunares disfrazado de astronauta en uno de mis viajes astrales deslizando mi lengua desde su cuello hasta la linea de su escote. Me resbale entre sus pechos y, cayendo por su barriga hasta su ombligo, acabé colgándome de la goma de sus bragas.
Desde entonces le digo con una sonrisa de oreja a oreja:



                         "Cariño, me pasaría la noche entre tus piernas"