martes, 24 de marzo de 2015

Breve reflexión del día #3

Voy a aparcar el blog durante una temporada. Voy a dejar de lado los relatos un tiempo. Quizás de vez en cuando, para desahogarme, publique una de estas breves reflexiones.
Y esto tiene un motivo, claro está. Yo (como tantos otros) estoy sufriendo una época de vacío existencial, y no es extraño. La inspiración se va, los problemas se acumulan y las dudas te asolan.
Soy de una generación que ha sido criada en una sociedad “sin problemas”. Yo crecí a la vez que la burbuja inmobiliaria, una época de bien para la clase obrera, una época en la que los Reyes Magos te traían lo que pedías (normalmente, en mi caso se solían equivocar en ciertos detalles), pero a fin de cuentas teníamos regalos. Salíamos todos los fines de semana, la clase media-baja era algo más apoderada y feliz.
¿Y qué pasó? La burbuja explotó y seguimos creciendo en un ambiente de crisis al que no estábamos acostumbrados.
Todos nuestros planes se basaban en estudiar una carrera y conseguir el trabajo de nuestros sueños. Ahora cada vez somos menos los que podemos permitirnos estudiar en la universidad.
Nuestros planes se han roto. Ya no sabemos qué hacer con nuestras vidas, no sabemos darle un significado.
Los más avispados y valientes se han marchado fuera del país en busca de una mejor vida. Pero los que no podemos (o no tenemos le valor) de hacerlo seguimos aquí, enfrascados en nuestro vacío existencial.
Ahora que la imposibilidad de cumplir nuestros objetivos y que no puedes trabajar tan fácilmente, como podías hacer antes si las cosas se te torcían, es algo tan real que nos hemos dado cuenta de lo inútiles y vacíos que estamos. Nuestra existencia ha perdido parte de su sentido.

¿La solución? Ojala la supiera, ojala a todos los que pasáis una racha de vacío existencial y que no sabéis que hacer con vuestras vidas os pudiera decir “haced esto”. Pero yo no tengo la solución, lo único que nos queda es seguir adelante y buscar nuestro lugar en el mundo. Todos tenemos un lugar y una razón… Solo es cuestión de dejar de centrarse en lo que no podemos hacer y buscar la manera de hacer lo que podemos hacer.

No os preocupéis si estáis pasando una mala racha. Yo tampoco tengo claro que hacer con mi vida, ni cuál es mi lugar.

jueves, 19 de marzo de 2015

A cámara lenta

Si hay algo seguro en esta vida es que nada es eterno. Todo acaba, todo muere.
Recuerdo mi primera novia “formal”, recuerdo los años que pasamos juntos y recuerdo el día que decidí cortar con ella.
¿Por qué? Pues porque sentía que la retenía, sentía que por mi culpa ella estaba estancada. Ella debía viajar y conocer el mundo, yo era como una ciénaga que la atrapaba y la enterraba cada vez más profundo.

Es curioso como dejar a una persona con la que has estado tanto tiempo se parece tanto a un accidente de tráfico. De pronto te ves un obstáculo, un problema, y tiras del freno de mano. Entonces un derrape emocional te hace perder el control del vehículo de tu vida y te lanza contra el quitamiedos. Y es cuando todo comienza a moverse a cámara lenta.
Los segundos se volvieron infinitos, sus gritos e insultos se escuchaban amortiguados, como si alguien le hubiese dado el botón del mute en el mando a distancia del universo.
Sus labios gesticulaban con lentitud, sus lágrimas recorrían sus mejillas sin prisa desembocando en el cementerio de sentimientos de la comisura de sus labios.
Estaba dolida. Se sentía ultrajada y ofendida. Siempre pensó que ella sería quien decidiría cuándo cortaría la relación.
Giró la cabeza con brusquedad, pero yo lo seguía viendo todo a cámara lenta. Observando impasible como yo mismo había detonado aquella bomba y demolido mi vida.
Salió de la habitación dando grandes zancadas.
Cerró de un portazo la puerta.
El estruendo causado por el golpe se escuchó terriblemente fuerte y sincero. Se escuchó como un solitario trueno en una silenciosa noche de tormenta.

De pronto pareció haberse detenido el tiempo por completo, me sentía conmocionado. Y cuando volví a la realidad y el tiempo se hubo reanudado… Sentí todo el paso del tiempo de golpe. El tic-tac del reloj resonaba en mis oídos como martillazos. De pronto me sentí agotado.
Cerré los ojos y deje pasar el tiempo a una velocidad de vértigo.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Breve reflexión del día #2

Soy una persona a la que le agobia estar quieto, estático. Tengo claustrofobia mental, necesito estar siempre pensando y trabajando en algo nuevo. Quizás por eso me guste tanto escribir. Quizás por eso nunca termino un libro sin antes empezar uno nuevo. El término de las cosas, el final me aterra.
Por esta necesidad de estar siempre en movimiento, estar siempre en órbita al rededor del mundo de las Ideas de Platón, decidí comenzar un nuevo proyecto. Un concurso de microrrelatos. Para animar a los que, como yo, quieren que sus escritos sean leídos. Al fin y al cabo ¿ese es el objetivo de todo artista, no? Compartir su obra.
Y en el fondo se que hay algunos motivos egoistas, afan de gloria y reconocimientos. Pero somos humanos.
Sin embargo, estoy seguro de que encontrar una obra tuya a la vista de todos es uno de los mayores placeres de ser artista.



Y me agrada ver como en tan solo unas horas el concurso ya ha movilizado a algunos, me alegra saber que el "I Concurso de Microrrelatos #MicroOlorALibro" ha motivado a personas a escribir unas breves lineas.
Puede que a algunos os parezca poco. Que 123 caracteres no tienen relevancia alguna, que lo hace cualquiera. Pero con pocas palabras se empiezan las mayores historias.
Y debo decir, que escribir un microrrelato es mucho más difícil que escribir una novela. Al contrario que en una novela, aquí tienes un espacio limitado para tu imaginación. Y créeme, condensar un sentimientos en pocas palabras es una utopía.

Pero estoy feliz, que demonios. La gente se anima, el corazón de la literatura late cada vez que alguien decide escribir unas lineas.
Me alegra ver que el mundo no esta paralizado, que sigue girando. Siento un poco menos de miedo.

Con todo esto quiero decir que somos nosotros quienes movemos el mundo, todos somos importantes.

Muñeco de trapo

Se siente tan frío el vacío de la soledad. Estoy al fondo de la estantería, polvoriento y abandonado, hace tanto que estoy aquí que ya ni lo recuerdo.

Soy un muñeco viejo, un objeto apartado. No soy más que la forma física de unos recuerdos olvidados. Me siento solo, ya no me agarras. No juegas conmigo ni me zarandeas.
Me deshilacho, mi relleno de algodón se me escapa entre las costuras descosidas de mi pecho.
No tengo corazón, nada late en mi interior. Pero echo de menos cuando jugabas conmigo.
Quiero volver a vivir, pero nunca he estado vivo. A pesar de que me ponías voz y alma cuando jugabas conmigo. No puedo moverme, no puedo respirar, no puedo tocar, no puedo sentir nada más que esta abrumadora soledad. Solo puedo observar el mundo mutable de mi alrededor con mis ojos de plástico. Ya casi no tengo color.

Me has olvidado, no has vuelto a pensar en mí. Pero me gustaría que recordaras esas veces que siendo un infante me lanzabas al techo y me hacías sentir volar.
Cuando jugabas conmigo, yo era un pobre soldado y tú el valeroso capitán.
Me abrazabas mientras dormías y las pesadillas te perseguían, pero si despertabas me mirabas y sabías que yo las espantaría. Quiero que me vuelvas a abrazar mientras duermes.
Quiero que recuerdes tu pasado, quiero que me recuerdes. Quiero que por un momento me agarres y ver en tus tristes ojos de adulto el brillo de la mirada de aquel niño que prometía que nunca me abandonaría.
Pero no me vas a escuchar, ¿verdad? Solo soy un muñeco de trapo.

martes, 17 de marzo de 2015

Breve reflexión del día

A veces me gusta tomarme un momento para pensar en la gente y fauna de Internet. Sin duda opinar y hablar de una persona detrás de una pantalla, de manera anónima, le da valor al más cobarde.
Internet es al cobarde lo que el corazón del Mago de Oz al León. Creen que lo necesitan.
Pero a la vez el anonimato es su talón de Aquiles, ya que sin él pierden el coraje y vuelven a ser meros mortales.
Es curioso como a la gente le gusta humillar, insultar y difamar a otras personas solo con el objetivo de alimentar su ego y subir su autoestima.
Deben estar muy aburridos para llegar al extremo de llamar la atención de esta manera. Ganar esa batalla imaginaria que solo ocurren en sus cabezas es su pan del día a día.
Este ritual de egolatría es parte de la idiosincrasia de la fauna de Internet.


Está de más a estas alturas ofenderse por estos entes que dedican sus ratos libres a regurgitar improperios con afán de autocomplacencia. Si tratas de razonar con ellos, quizás de buscar una disculpa por su inapropiada forma de hablar sin saber, te atacaran con la excusa de su “derecho de expresión”

Y con esto termino ya mi breve reflexión. A todos los que ignoran que su libertad acaba donde comienza la de los demás solo tengo algo que deciros: Si, tienes derecho a hablar de lo que quieras y de expresarte. Pero yo tengo derecho a ignorarte, no te ofendas si tus comentarios son pasados por alto.


Seguramente, tú que lees esto, creas estar por encima de esta fauna. Pero créeme si te digo que en algún momento tú lo has hecho también.

No voy a pararme a juzgar a cada persona que emplea su tiempo en regocijarse en el insulto al prójimo. Es decir, ¿quién soy yo para criticar a los demás, si yo también baile la Macarena?

lunes, 16 de marzo de 2015

Malas Pulgas

La ciudad es un lugar extraño donde caerse muerto, no comprendo muchas cosas de este complejo mecanismo que es la sociedad humana. Las personas son de lo más curiosas y, aun siendo todas y cada una de ellas un mundo por descubrir, siguen unos patrones.
Vivir en la calle te da la oportunidad y el tiempo necesario para observar estos patrones de conducta y yo, tumbado en la acera rascándome detrás de la oreja, soy uno de esos que les gusta observar.

Mientras algunos te patean para apartarte de su camino con desprecio, otros te ofrecen algo de comida y una sonrisa, otros te ignoran y te esquivan sin siquiera mirarte, y unos pocos incluso tratan de ayudarte.
Deambulo por las calles buscando un lugar en el que cobijarme y sobrevivir una noche más. Rebusco entre los contenedores algo que comer.
Las personas no se preocupan por sobrevivir, no viven en la calle, viven en sus casas lujosas con techo y comida donde no tienen que preocuparse por seguir vivos. Yo sí.
A veces los más jóvenes, más inocentes, se acercan a mí para acariciarme la cabeza. Yo les suelo lamer las manos como muestra de agradecimiento. Y no tardan ni dos segundos las madres de estos niños en apalearme y gritarle a su hijo que no se acerque a mí.

Nací como un perro callejero, hijo de una perra callejera y de un perro callejero. No somos pocos, poblamos las calles de la ciudad y las perreras donde morimos si no nos adoptan. A los ojos de la mayoría de las personas no somos más que una plaga.
De joven soñaba ilusionado que alguna familia me acogería. Pero eso no está dentro de sus patrones, normalmente. Es raro encontrar una persona bondadosa que acepte cuidar de un perro callejero. Prefieren comprar un perro de raza, caro y que les dé un mayor estatus a ojos de los demás.

Las personas son complejas, vivir en la calles es difícil y ser un perro callejero es duro; es lo único que puedo asegurar que he aprendido en mi corta existencia en este caótico mundo. Ahora me tumbaré entre contenedores de basura a esperar mi muerte y que mi cadáver lo devoren las ratas.

ZONA ZERO #1

Algunos datos como apellidos y año de los siguientes informes han sido censurados para la protección de los implicados.


Avistamiento 1: Zona Zero
Jueves, 13 Octubre de ■■■■■■
03:41 a.m.


Esta madrugada dos lugareños de ■■■■■■, un pueblo cercano a la Zona Zero, han avistado un Objeto Volador No Identificado. En primera instancia no les hemos dado crédito, hasta que más civiles han anunciado que vieron el objeto, definido como “una luz verde y azul muy brillante surcando los cielos como una centella”, sobre la misma hora.
Hemos iniciado la investigación, algunos civiles tomaron pruebas fotográficas del incidente, pero no aportan ninguna información. La investigación pronto comenzará a complicarse en cuanto la noticia se empiece a expandir y todos digan que lo vieron.
Hemos entrevistado a los hombres que parecen ser los primeros en informar de lo sucedido. Ambos son dos hombres mayores, Luis ■■■■■■ y Ricardo ■■■■■■, de 54 y 56 años respectivamente.
Les tomamos las declaraciones por separados, para contrastar que no sea todo un invento.


-Luis ■■■■■■
Veníamos de la campiña y nos dirigíamos a nuestras casas cuando escuchamos un silbido muy agudo y miramos al cielo. Entonces vimos una luz muy brillante, más grande que una estrella, surcando el cielo en dirección norte. Duró un segundo, pero avisamos rápido a las fuerzas de seguridad pensando que estábamos siendo atacados o que había empezado una guerra.


-Ricardo ■■■■■■■
Nos dirigíamos al pueblo y escuchamos un ruido muy agudo. Entonces Luis y yo miramos al cielo y vimos una luz cruzando el cielo más rápido que un avión, dirigiéndose al noroeste. Todo pasó muy rápido y nos asustamos pensando que nos atacaban era un misil o algún arma extraña, entonces llamamos a las fuerzas de seguridad.


La declaración de ambos hombres tiene sentido y no parecen que lo hayan ensayado o inventado. Vamos a archivar el caso por ahora y abriremos una línea de investigación si vuelven a darse casos de avistamientos en la Zona Zero, conocida por ser un lugar de avistamientos OVNI durante los años 20. Hay que asegurarse que no vuelve a ser especulación del público o casos reales.

domingo, 15 de marzo de 2015

A de Amor


Ana ama a Aarón.

Le ama más que las abejas el volar, el alzar sus alas y abrazar las amapolas.
Ana ama a Aarón, pero Aarón ama a otra amada.
Ana a veces alza la mirada, anhelando abrazar a su amado Aarón y, amedrentada su alma, inhala los aires de su caminar.
Ana ama a Aarón, pero él ya ama a Anastasia, la chica de la falda amarilla y ataviada con ropas de gala.
Las cartas de amor escritas por Ana nunca serán entregadas a Aarón por falta de valor y falta de confianza.
Ana ama a Aarón, pero Aarón jamás sabrá nada.

Seda y cuero

Tener los ojos vendados y estar atada tiene sus ventajas: Todo se siente más… intenso. 
Y ahí me encontraba yo, sin ver nada. 
Sintiendo su lengua recorrerme cada parte de mi cuerpo con lujuria, los golpes con la fusta en mis redondeadas nalgas y el sudor recorriendo mi piel.
 Estábamos unidos por sensaciones contradictorias. 
Placer y dolor. 
Amo y sumisa. 
Éramos… como la seda y el cuero. 

Navidad

La Navidad quedó atrás, hace tiempo que pasó y queda mucho para que vuelva a llegar. Aun así, os dejo este relato que escribí una tarde en la víspera de la Navidad.


Recuerdo aquel día como si fuera ayer, yo por aquel entonces era un jovencito de ocho años emocionado por el espíritu navideño de aquellas fechas tan marcadas.
Corría la tarde de 24 de Diciembre de 1982, yo estaba asomado a la ventana del salón de mi casa, en una sexta planta, esperando la suculenta cena que nuestra madre nos preparaba a mí y a mi padre.
Éramos una familia pequeña, los abuelos vivían en el pueblo, lejos de la ciudad, y no conocía a mis tíos. De modo, que por lo general, la cena de noche buena solo era para nosotros tres, en la mesa del comedor siempre había una silla vacía frente a mí y yo deseaba que algún día ese hueco lo pudiera llenar un hermanito o hermanita.
Mi padre charlaba con el vecino sentados en el salón, bebiendo vino y fumándose unos puros que le habían traído a Don Méndez, mi vecino. Mientras ellos hablaban sobre el nuevo presidente, un tal Don Felipe, yo observaba el cielo nublado de Madrid, cuando comenzó a nevar. Me emocione muchísimo, a pesar de que la semana anterior ya había nevado. Pero aquellos copos de nieve tenían algo mágico, seria porque yo esperaba emocionado la llegada de Papá Noel aquella noche, la primera vez que oía hablar de aquel señor gordo, con barba blanca y vestido de rojo que entraba por las noches a dejar regalos a los niños que se portan bien.

-¡Papá, señor Méndez! ¡Mirad! ¡Mirad!
-¿Qué te ocurre ahora, jovencito? –reía Don Méndez
-¡Es nieve, mirad!
-Sí, sí que es nieve hijo. Eso es porque esta noche viene ese Papá Nobel a traerte regalos, y trae consigo la nieve –dijo su padre
-¡Es Papá Noel, no Nobel! –le corregí yo riéndome.
-Bueno, eso. Recuerda que esta noche tienes que acostarte temprano si quieres que venga a visitarte.

Mi madre apareció en el salón de pronto, con su delantal blanco de flores estampadas, manchado de comida al igual que sus manos de haber estado preparando la cena.
Nos miró fijamente a ambos y dijo.

-Ernesto, se me ha acabado la cebolla y algunas cosas más. Me llevo al niño para que me ayude con la compra, ¿vale?
-Vale, cariño. En la entrada hay dinero, coge lo que necesites –mis padres se sonrieron mutuamente y yo seguí a mi madre a la calle, tras cerrar la ventana del salón.

En la calle se respiraba el ambiente navideño, la gente hacia las compras, todos abrigados y con bufandas, villancicos, campanas, el agobiante ambiente de la ciudad a mí me calmaba como un sedante, y yo como tantos otros niños iba de la mano de mi madre mientras ella se detenía a hablar con cada vecina que se encontraba. Los niños nos lanzábamos miradas de condolencias por tener que seguir a nuestras madres a todos lados, sin saber muy bien a dónde nos dirigíamos.
Ella entro en la frutería a por sus compras y yo me quede en la esquina pateando una lata, en una de las patadas la mandé hacia un callejón. Fui a recuperarla y me encontré a un mendigo recogiendo la lata y metiéndola en un carrito de la compra que cargaba, lleno de latas vacías. Era un anciano de larga barba blanca, sucio, con frío y hambre. Vestido con ropas harapientas y rasgadas, varias capas de jerséis y chaquetas y unos zapatos sin suela.

Mi tierna mirada infantil se encontraba con su mirada llena de experiencias y desventuras. Y me sonrió, yo le devolví la sonrisa.
Mi madre salió de la frutería cargada de pesadas bolsas, y vino hacia mí agarrándome fuerte de la mano mientras me insistía en que nos diésemos prisa en volver.
Yo no apartaba la mirada del mendigo que se alejaba en aquel oscuro callejón, buscando algún lugar cálido en el que pasar la noche. Llegó la noche, y con ella la cena. Estábamos sentados en la mesa comiendo, yo estaba ensimismado en mis pensamientos, en aquel mendigo, preocupado por qué haría para sobrevivir en la gran ciudad una noche más. Y eso llamó la atención de mis padres.

-¿Qué es lo que te preocupa, jovencito? Se te va a enfriar la comida –dijo mi padre algo molesto
-No es nada… es solo que, ¿es muy tarde para cambiar mi regalo? ¿Se enfadará Papá Noel?
-¿No quieres ya esa bicicleta nueva?… dinos que es lo que quieres y veremos que se puede hacer.
-No… ya no quiero la bici, quiero otra cosa. Quiero ayudar a aquel mendigo del callejón, y que cene con nosotros

El silenció se hizo en la mesa, mis padres se miraron con los ojos como platos, me mandaron a mi cuarto mientras ellos hablaban sobre el asunto. Escuche como la puerta de la casa se cerraba. Pasaron varios minutos, casi una hora. Yo pensaba que les había enfadado que decidiera cambiar de regalo, me sentía castigado. Pero, tras esa larga espera, mi madre finalmente abrió la puerta de mi cuarto. Me dijo que fuese al comedor, que la cena se enfriaba. Yo, extrañado, me dirigí allí y para mi sorpresa, sentado en el hueco que siempre quedaba vacío frente a mí estaba aquel mendigo, sonriéndome agradecido.
No recuerdo una cena de Nochebuena más alegre que aquella, nos contó muchísimas cosas, historias alegres, historias tristes, divertidas, misteriosas… un sinfín de relatos que nos alegraron aquella noche.
Finalmente, cuando le acompañamos hasta el portal y aquel mendigo se estaba marchando con su carrito lleno de latas. Se giró y nos gritó “¡Feliz Navidad!” acompañado de una alegre risotada, algo así como un “Jo, jo, jo”

Y aquella fue, sin lugar a dudas, la mejor Navidad que puedo recordar.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Hace unos días me llegó un e-mail de un viejo amigo mío, adjuntado al correo venía este informe.
He querido compartirlo con vosotros, por si acaso… ocurre lo peor.

"Nada ha vuelto a ser igual en Krater Island, desde que en el otoño de 1993 cayó aquel meteorito.
La isla no tiene más de treinta hectáreas, mayormente es todo selva tropical que crece sobre el volcán inactivo en el centro de la isla. Un pequeño pueblo, ahora abandonado, en la costa era antaño un lugar de turismo y residencia de amables personas.
Pero ahora no hay ni un alma humana en la isla, ya no se oyen pájaros ni animales en la selva.
Ahora todo aquel que osa poner un pie en la tierra de aquella isla, desaparece por siempre.
A pesar de estas escalofriantes leyendas, mi equipo y yo hemos decidido visitar la isla y documentar todo lo ocurrido desde la caída de meteorito. Aquel meteorito no debía ser muy grande, ya que no causo demasiados daños a la isla. Cayó en algún punto de la selva al norte de la isla. Estamos a tan solo unas horas de llegar al puerto en nuestro barco.
Un extraño presentimiento me angustia, pero no quiero decirlo. Mi equipo está bastante asustado como para fomentar más su miedo con absurdas supersticiones.
Hemos llegado a la isla. En principio todo parece normal, solo un poco tétrico el pueblo fantasma en el que nos encontramos. Preparamos todo nuestro instrumental y la cámara para filmar todo el estudio del meteorito. Nos montamos en un jeep y nos dirigimos a la zona.
El meteorito es increíble, no es mayor que un coche, y para su tamaño ha causado unos estragos mínimos. Cualquiera diría que más que caer del cielo, parece que se ha posado con cuidado sobre la selva.
No somos capaces de identificar el material que lo compone, emite baja radiación, pero no parece haber afectado a la naturaleza de alrededor.

Están ocurriendo cosas extrañas, dos de los siete que éramos han desaparecido. Estamos volviendo al barco para reportar lo…
Dios, algo nos ha tendido una trampa. Las ruedas del jeep han pinchado. No creo que pueda terminar este informe.
Había algo en el meteorito. Algo de otro mundo. No he alcanzado a verlo bien, pero tenía una forma humanoide. Esos seres sin catalogar son lo suficientemente inteligentes como para tender trampas. Parece que ellos acabaron con toda la vida de la isla.
Los seres nos están cercando. Te envió este archivo para que lo hagas público querido amigo… Cuando leas esto yo ya estaré muerto. No puedo definir el aspecto de estos seres, pero parecen salidos de la peor pesadilla inimaginable… Solo espero que no aprendan a navegar en el barco. Podrían acabar con toda la humanidad.”


Este extraño informe me lo envío mi amigo, el cual ha desaparecido desde entonces, con la esperanza de que llegue a todos. Espero que no tengamos razones para temer… Pero por si acaso, por si ocurre lo peor. Vigilen sus espaldas queridos lectores.

lunes, 9 de marzo de 2015

Breve relato #2

Él esperaba sentado en un banco, de un parque perdido en la gran ciudad, bajo la sombra de un hermoso cerezo japonés. Esperaba sentado una revelación o alguna señal que le indicase cuál era su lugar.
Su existencia carecía de sentido ─pensaba él mientras las rosadas flores del cerezo caían sobre su pelo negro─  ¿Una persona incapaz de amar es acaso una persona de verdad?
Toda una vida de soledad, errática y tediosa le hacían sentirse incompleto. Un puzle sin acabar, un cubo de Rubik a medio terminar , una canción sin escuchar o una historia sin final.
Un anciano se sentó en el banco a su lado.

─ Hermoso árbol ¿eh? ─le dijo el anciano.
─ Supongo ─contestó secamente.
─ Esta ciudad es grande, gris y fría ─continuó hablando el anciano sonriendo. ─ Yo vengo de un pueblo pequeño y escondido a la sombra de una montaña. ¿Te gustaría oír una curiosidad sobre las ciudades grandes, grises y frías como esta?
─ Oiga, abuelo… ─comenzó a reprenderle para que le dejase tranquilo, ya que no le agradaba las compañías indiscretas
─ Son desiertos emocionales ─continuó hablando el anciano sin escucharle. ─Pero, como en todo desierto, tienen oasis de belleza. Este parque es uno de esos oasis de belleza, este árbol tiene muchos años y le ha dado cobijo con su sombra a tantos otros, que como tú, buscaban su lugar.
─ ¿Qué trata de decirme?
─ Lo que intento decirte, es que en las ciudades uno se suele sentir solo a pesar de estar rodeado de gente. A veces uno es incapaz de encontrar su lugar, a veces uno siente que no es capaz de amar. Contagiado, quizás, por el ambiente desértico de las ciudades donde nadie mira por nadie. Pero, ¿quieres oír un secreto? ─dijo el anciano mirándole─ Todos los seres vivos de este mundo amaran al menos una vez en su vida antes de morir. Créeme, nadie esta tan solo como cree.

El anciano se levantó y se fue del parque con su lento y feliz andar.

Aquel extraño anciano que pareció salir de la nada dijo las palabras que su corazón ansiaba oír. Se levantó del banco y miró detenidamente aquel cerezo. Definitivamente era hermoso. Y sonriendo con sinceridad, por primera vez en su vida, decidió no rendirse y amar al menos una vez en su vida.

Breve relato #1

Él esperaba sentado el diagnóstico del doctor. ¿De qué otra manera iba a esperar si llevaba siete años atrapado en aquella silla de ruedas?
Tras el accidente de tráfico no volvió a ser el mismo, desde que aquel todoterreno blanco le golpeó. Él conducía su ciclomotor y fue lanzado por el impacto contra un escaparate de cristal a más de cincuenta kilómetros por hora.
Desde entonces estaba en rehabilitación, tratando de volver a caminar poniendo todo su empeño. Pero aquellas sesiones solo habían sido una serie de fracasos a cada cual más deprimente. Él no avanzaba y sus pies seguían pesando como el plomo.
Cada pocos meses visitaba al doctor, para hacerse análisis y pruebas médicas, con la esperanza de presenciar un pequeño milagro.
El doctor le miró fijamente mientras suspiraba y se rascaba su canosa barba.
─Debo decirle, señor ─dijo el doctor mientras se quitaba sus gafas y las colocaba en el escritorio─ que las pruebas no detectan ninguna mejoría… Lo único que puedo aconsejarle es que siga asistiendo a rehabilitación y se siga esforzando.
Aquellas palabras le cayeron como un cubo de agua fría por la cabeza, no podía creer que después de siete largos años no hubiera ningún cambio. Cada vez que visitaba el hospital, para recibir la misma noticia, salía de allí desanimado, arrastrándose como alma en pena. Sin esperanzas.
Pasó el tiempo y él dejo de asistir a rehabilitación, cansado de ver cada día su fracaso. Se quedó encerrado en su casa, observando desde su ventana el limonero del jardín. Observó como una oruga se movía lentamente, alimentándose de las hojas del árbol, a diminutos pasos que parecían que no le llevarían a ningún lugar.
Sonrió taciturno al sentirse identificado con aquel insecto.
Poco después vio como la oruga se volvía crisálida quedándose quieta y en apariencia inerte. Al igual que él en esos momentos, en su crisálida emocional alejado del resto del mundo.

Y llegó el día en el que la mariposa salió de su cárcel de seda, y alzó el bello vuelo que otorgaba una vida dura de sufrimiento y paciencia.
Él se animó un poco y volvió a asistir a las terapias de rehabilitación.
Entonces, ocurrió.
Después de siete largos años, agarrado con fuera a los soportes metálicos de la sala de rehabilitación junto a la ayuda de su terapeuta, lo hizo.
Noto el peso de su cuerpo balancearse de una pierna a otra, y dio un pequeño paso. Y aquel pequeño paso fue el comienzo de un largo camino que le quedaba por recorrer, un largo camino que acaba de empezar y del que había logrado recorrer un pequeño paso.

Aquel era un pequeño paso hacia la felicidad.

miércoles, 4 de marzo de 2015

El Vacío

El Vacío

Era una agradable y cálida noche de primavera en una bulliciosa ciudad, los coches pasaban como estelas fugaces por el asfalto de las calles, la gente paseaba admirando los escaparates de las tiendas en vísperas de la Navidad. Las calles rebosantes de actividad estaban bajo la vidriosa mirada de una adolescente que observaba la ciudad desde la azotea de un alto edificio.
La chica estaba sentada al borde de la azotea, tecleando un mensaje en su móvil.
“No puedo más. Voy a acabar con todo esto ya”
La joven de no más de quince años vestía su uniforme escolar de colores grises y su larga melena pelirroja recogida en dos coletas a los lados de su cabeza.
La adolescente se puso en píe mirando al vacío con sus verdes ojos, de los cuales brotaban ríos de lágrimas que mojaban y enfriaban su pálida tez salpicada de pecas.

Llevaba años sumida en una profunda depresión. La presión del instituto, las constantes burlas de los crueles compañeros de clase y la complicada convivencia en una casa con una familia rota por la dolorosa separación de sus padres eran solo uno de los tantos problemas que tenía, la punta del iceberg. Se sentía sola, perdida, sin amigos, sin nadie en quien confiar, odiándose a sí misma al verse tan frágil y débil.
Miró la pantalla de su móvil, sin saber a quién enviar el mensaje, de modo que seleccionó un contacto al azar de la su agenda, sin siquiera mirar quien era.
Tiró su móvil al suelo de la azotea.
Miró hacia abajo y respiró hondo, sin atreverse del todo a dar un paso al frente aun.
El destino quiso que quien recibiera el mensaje fuera un chico de aquel mismo edificio, que poco antes la miró extrañado al verla subir a la azotea.
Era un chico de su edad, alto, atlético, tenía muchos amigos y su aspecto encantador enamoraba a las chicas, que caían rendidas ante su pelo rubio y sus ojos azules
Aquel joven no la conocía muy bien, estuvo en su clase el curso anterior y nunca hablaron mucho. La curiosidad le pudo al leer aquel mensaje tan perturbador y subió a la azotea a husmear.
Al llegar arriba, la vio. De pie al borde de la azotea.
Justo cuando la chica decidió acabar con su vida y saltar, el joven se abalanzó sobre ella agarrándola de la mano, impidiendo que se suicidara. Salvándola en el último instante.
La alzó y tumbó a la chica en el suelo de la azotea, mientras ella lloraba y él la miraba confundido.
─ ¿Por qué? ─gimoteó ella
El chico seguía mirándola atónito sin ser capaz de hablar, aun descompuesto ante la alocada vivencia que acababa de ocurrirle. Había salvado a aquella chica y no sabía que decirle.
─ ¿Por qué me lo has impedido? ─grito la chica mientras lloraba.
El chico la abrazó y le susurró al oído

─ Porque el mundo no es tan cruel como puede parecer…

La Dama de Noche

Cada noche sueño con ella. Debe ser una especie de ángel, ya que su hermosura es casi indescriptible, aun así intentaré acercarme a una ínfima parte de su belleza.
Cada vez que sueño con ella lo primero que veo son sus sensuales ojos, grandes, penetrantes y de un extraño color purpura. Sus labios carnosos de color rojo sangre destacan sobre su pálida piel, y del mismo rojo son sus largas y afiladas uñas, con las que deseo que me desgarre el alma. Sus orejas puntiagudas y sus colmillos superiores, ligeramente más largos de lo normal, le dan un aire misterioso y exótico.
Ella porta una larga melena roja, como sus labios y sus uñas, que le cubre hasta la curva de sus caderas. Entonces es cuanto reparó en un par de alas negras que brotan de su espalda, a la altura del musculo trapecio de su espalda. Puede desconcertar, pero en ese momento no me parecían extrañas ni me producían ningún tipo de repulsión.
Es más, prácticamente no me fijaba en sus alas, ya que mi mirada se posaba en cada seductora parte de su cuerpo. En sus largas piernas, en su firme y redondeado trasero, en la exagerada curva de su cadera, en sus exuberantes pechos, en sus delicadas manos, en sus seductores pies y en su abdomen firme y delgado.
En cada sueño ella se acerca un poco más a mí, que estoy postrado en la cama, desnudo, sin poder moverme. Cada noche estamos más cerca del culmen sexual. Cada noche siento más miedo y más ansía por tenerla pegada a mí.

Anoche soñé con ella, jamás estuvimos tan cerca, ella estaba sobre mí agitando su melena como si una infinita brisa la sacudiera, me miró y me sonrió. En el momento más excitante, en el clímax de la situación, cuando estábamos a punto de unirnos (en el sentido más amplio de la palabra) desperté.
Cada vez que despierto estoy más cansado, me noto cada vez con menos fuerza, como si cada despertar me restase diez años de vida… Nunca había estado tan cansado como cuando desperté esta mañana, casi no podía respirar.
Esta noche soñaré con ella, con la dama de noche. Ángel o súcubo, ¿Qué más da?
Esta noche soñaré con ella y no despertaré, nunca más.