jueves, 19 de marzo de 2015

A cámara lenta

Si hay algo seguro en esta vida es que nada es eterno. Todo acaba, todo muere.
Recuerdo mi primera novia “formal”, recuerdo los años que pasamos juntos y recuerdo el día que decidí cortar con ella.
¿Por qué? Pues porque sentía que la retenía, sentía que por mi culpa ella estaba estancada. Ella debía viajar y conocer el mundo, yo era como una ciénaga que la atrapaba y la enterraba cada vez más profundo.

Es curioso como dejar a una persona con la que has estado tanto tiempo se parece tanto a un accidente de tráfico. De pronto te ves un obstáculo, un problema, y tiras del freno de mano. Entonces un derrape emocional te hace perder el control del vehículo de tu vida y te lanza contra el quitamiedos. Y es cuando todo comienza a moverse a cámara lenta.
Los segundos se volvieron infinitos, sus gritos e insultos se escuchaban amortiguados, como si alguien le hubiese dado el botón del mute en el mando a distancia del universo.
Sus labios gesticulaban con lentitud, sus lágrimas recorrían sus mejillas sin prisa desembocando en el cementerio de sentimientos de la comisura de sus labios.
Estaba dolida. Se sentía ultrajada y ofendida. Siempre pensó que ella sería quien decidiría cuándo cortaría la relación.
Giró la cabeza con brusquedad, pero yo lo seguía viendo todo a cámara lenta. Observando impasible como yo mismo había detonado aquella bomba y demolido mi vida.
Salió de la habitación dando grandes zancadas.
Cerró de un portazo la puerta.
El estruendo causado por el golpe se escuchó terriblemente fuerte y sincero. Se escuchó como un solitario trueno en una silenciosa noche de tormenta.

De pronto pareció haberse detenido el tiempo por completo, me sentía conmocionado. Y cuando volví a la realidad y el tiempo se hubo reanudado… Sentí todo el paso del tiempo de golpe. El tic-tac del reloj resonaba en mis oídos como martillazos. De pronto me sentí agotado.
Cerré los ojos y deje pasar el tiempo a una velocidad de vértigo.

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