lunes, 16 de marzo de 2015

Malas Pulgas

La ciudad es un lugar extraño donde caerse muerto, no comprendo muchas cosas de este complejo mecanismo que es la sociedad humana. Las personas son de lo más curiosas y, aun siendo todas y cada una de ellas un mundo por descubrir, siguen unos patrones.
Vivir en la calle te da la oportunidad y el tiempo necesario para observar estos patrones de conducta y yo, tumbado en la acera rascándome detrás de la oreja, soy uno de esos que les gusta observar.

Mientras algunos te patean para apartarte de su camino con desprecio, otros te ofrecen algo de comida y una sonrisa, otros te ignoran y te esquivan sin siquiera mirarte, y unos pocos incluso tratan de ayudarte.
Deambulo por las calles buscando un lugar en el que cobijarme y sobrevivir una noche más. Rebusco entre los contenedores algo que comer.
Las personas no se preocupan por sobrevivir, no viven en la calle, viven en sus casas lujosas con techo y comida donde no tienen que preocuparse por seguir vivos. Yo sí.
A veces los más jóvenes, más inocentes, se acercan a mí para acariciarme la cabeza. Yo les suelo lamer las manos como muestra de agradecimiento. Y no tardan ni dos segundos las madres de estos niños en apalearme y gritarle a su hijo que no se acerque a mí.

Nací como un perro callejero, hijo de una perra callejera y de un perro callejero. No somos pocos, poblamos las calles de la ciudad y las perreras donde morimos si no nos adoptan. A los ojos de la mayoría de las personas no somos más que una plaga.
De joven soñaba ilusionado que alguna familia me acogería. Pero eso no está dentro de sus patrones, normalmente. Es raro encontrar una persona bondadosa que acepte cuidar de un perro callejero. Prefieren comprar un perro de raza, caro y que les dé un mayor estatus a ojos de los demás.

Las personas son complejas, vivir en la calles es difícil y ser un perro callejero es duro; es lo único que puedo asegurar que he aprendido en mi corta existencia en este caótico mundo. Ahora me tumbaré entre contenedores de basura a esperar mi muerte y que mi cadáver lo devoren las ratas.

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