martes, 24 de abril de 2012

La Cuarta Parada

Me levante temprano, como de costumbre me dirigí a la estación de trenes, no sabía por qué pero todos los días hacia el mismo monótono recorrido, para caerme en un bar de una ciudad donde nadie me conoce, y beber y beber.
Llegue a la estación de trenes, saque el billete y en pocos minutos llegó mi tren, quedaban unas cuatro paradas, un viaje de media hora, para llegar al bar que solía frecuentar. No me gusta que la gente sepa que tiendo a beber, por eso voy a un sitio tan alejado de todos mis conocidos.
Estuve, el tramo hasta la primera de las cuatro paradas que me quedaban, en completa soledad. En la primera parada mi corazón se detuvo, metafóricamente claro.
Se subió una chica, rubia, de ojos verdes, camiseta blanca de mangas cortas y un escote que dejaba entrever sus curvas, una cadera de escándalo cubierta por una falda hasta la mitad del muslo de color negra y roja y unas Converses negras. El tiempo se detuvo. Me quede cual adolescente, mirando aquella belleza que sacando un cuaderno de su bolso negro, comenzó a escribir. Mi corazón latía realmente rápido, un latido por cada palabra que escribía en su cuaderno, un suspiro por cada vez que mordía el bolígrafo, sensualmente a mi parecer, de forma pensativa.
Jamas he llegado a sentir un sentimiento tan fuerte por otro ser humano. Ya, ya lo se, el amor a primera vista no existe, el amor solo son un conjunto de hormonas y bla, bla, bla... Lo sé... Pero ella no tendría que volver a pasar para saber que era amor lo que yo sentía por aquella belleza de deidad. Debió darse cuenta de que yo la observaba, porque me miró.
Y me sonrió.
Mi cerebro divagaba entre múltiples posibilidades. ¿Una sonrisa de afecto? ¿ Interés por mi persona? ¿Atracción sexual?. Obviamente no era nada de eso, era una simple sonrisa de cortesía.
Cuando apartó su vista de mi, volví a la realidad, había llegado a mi destino y estaba el tren repleto de gente, y yo ni siquiera me había dado cuenta.
Me baje del tren y me dirigí al bar de mala muerte que solía frecuentar, me senté en una mesa apartada... comencé a beber y las horas pasaban con cada trago, la noche caía sobre la ciudad, el alcohol bajaba por mi garganta apaciblemente. La cerveza me recordaba al rubio pelo de aquella chica, no me la podía quitar de la cabeza, simplemente era amor.
Salí de aquel bar muy entrada la noche, y el destino quiso jugar con mi corazón, pues me volví a encontrar con aquel ángel. Nos chocamos en una esquina y nuestros cuerpos fueron a parar al suelo estrepitosamente, se levantó y me tendió su gentil mano para ayudarme a subir, su mano era suave como la seda, su piel blanca como las perlas.

-Vaya, no es la primera vez que nos encontramos hoy, ¿como te llamas?-dijo ella
-Ehm... esto... yo... yo soy. Yo me llamo Irene- el alcohol trababa mi lengua- ¿Y... y tu?
-Yo soy Helia. Encantada-me dijo sonriendo- Bueno me voy, ten cuidado.
-I-igualmente...-susurre mientras se marchaba

El destino quiso acobardarme, y no me pude lanzar a decirle que desde que la vi no puedo pensar en otra cosa mas que en sus ojos, y así es la fortuna... todos los días voy al mismo bar, quizás... algún día... me la vuelva a encontrar y pueda decirle que la necesito mas de lo que yo misma pudiera creer.

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